domingo, 29 de enero de 2012

Rasiq

Extracto del diario de Rasiq ibn Al-Amid correspondiente al año de Nuestro Señor de 1232, es decir, el 780 de la Égira según el calendario musulmán.

12 de Septiembre de 1232.
Está mañana he llegado por fin a Córdoba. Es curioso, he estado antes en esta ciudad, pero ahora que la veo por primera vez sin Amid, mi mentor y amigo, casi un padre para mí, la veo de una forma completamente diferente. Todos aquellos lugares en que estuvimos durante nuestras anteriores visitas son ahora focos de tristeza para mí.
Estaba yo perdido en estas consideraciones, cuando tuve ante mí las puertas de la ciudad. Había un pobre pedigüeño sentado junto a ellas, con el brazo extendido para recibir las míseras limosnas de los transeúntes. Mientras yo me acercaba, un estúpido asno entró a galope tendido en la ciudad y casi se lo lleva por delante. La guardia lo detuvo unos metros más tarde, pero ante mi sorpresa sólo le dieron una advertencia. Aquel asno arrogante iba armado hasta los dientes, seguramente por eso no le hicieron nada. ¡Bendita sea la fuerza de las armas!
Me detuve junto a la puerta para conversar con el mendigo y, tras unos comentarios sobre el incidente y unas buenas palabras, logré que me diera el nombre de una posada respetable. No quería volver a ninguna de las que había visitado con Amid. Le dí unas monedas al pobre hombre, tantas como me atreví, dado que deberé vivir un tiempo del legado que me dejó mi amigo.
No obstante las indicaciones del mendigo, tuve que preguntar a un transeúnte cómo llegar a ella. Resultó ser poco más que un cubo de ladrillo sin decorar, tan sencilla que no tenía ni establo propio. Tuve que dejar a mi pobre burro atado a un poste frente a la puerta.
El tabernero era un hombre seco, pero parecía honrado. Me preguntó cuánto tiempo pensaba quedarme y me advirtió que en ese local se pagaba por adelantado. Le dije que no lo sabía, así que le pagaría cada día que pensara quedarme.
Estoy demasiado cansado para cenar, así que me he ido directo al cuarto que me han asignado. Es poco más que un cuartucho alargado con una cama, un arcón y una mesita. Hay un gancho en la pared para colgar la ropa, pero nada más. Estoy escribiendo esto antes de dormir, a la luz de la apestosa lámpara de sebo que han dejado a mi disposición, pero el sueño empieza a vencerme…

13 de Septiembre de 1232
Ha sido un día verdaderamente interesante. La ciudad está de luto por la muerte de la hija del jeque, así que he tenido que ser sutil en mis investigaciones para no llamar la atención. Preguntando a la posadera, que es una buena mujer, y soltando algunas monedas, pude enterarme de que Córdoba un es una ciudad muy dada la práctica de la magia. El único lugar donde podría informarme era el barrio judío, así que me dirigí hacia allí.
En la plaza, la única, del barrio judío me detuve a observar algunos puestos, descubriendo con alegría un puesto de herboristería. Me acerque y me entretuve charlando con el dependiente, un joven delgado y de baja estatura. Durante nuestra conversación le llamé maestro, y eso lo dispuso inmediatamente a mi favor. Me informó de que un tal Josué estudiaba magia bajo la tutela del sabio Maimónides, de quien incluso yo había oído hablar. Me dio sus señas y yo me dirigí hacia su casa.
Resultó ser un joven de la misma edad que el herborista, tímido y asustadizo. Me dejó entrar con reticencia en su casa, pero acabó accediendo a llevarme a ver a su maestro tras una breve conversación.
Maimónides resultó ser un hombre alto y corpulento a pesar de su avanzada edad, con una cuidada barba negra en la que campeaban algunas pocas canas. Me dejó hablar sin interrumpirme, pero mi emoción al haber encontrado a un posible maestro por fin hizo que mi lengua se trabara y no acabó de comprender en un principio que, para encontrar a mis padres biológicos (la última orden que me dio Amid antes de morir) necesito aprender mucho más. Sin oficio y sin conocimientos de magia, no duraré demasiado por los caminos.
Finalmente Maimónides comprendió mi problema y estuvo de acuerdo en dejarme otear su biblioteca a cambio de realizar un pequeño servicio: llevarle al jeque un mensaje de su parte descubriendo un complot del visir para hacerse con el poder. No me pareció un acuerdo muy justo poner en peligro mi vida por unos libros, pero estaba desesperado, así que acepté. Me citó al día siguiente al alba para presentarme a mi escolta.
Escribo esto en mi habitación de la posada mientras…

Más tarde…
Ha sido un momento intenso. Hace una hora, mientras escribía tranquilamente en mi diario, he comenzado a oír ruidos de pelea y gritos de angustia en la calle y me he asomado a ver. Cinco soldados de la ciudad estaban entrando en las casas y saqueando lo que podían. Iban a entrar en la posada, pero un hombre armado saltó de una de las ventanas y se enfrentó a los cinco armado sólo con su espada y un pequeño escudo de madera. Lo he reconocido como el asno que casi mata al mendigo de ayer… lo cual demuestra que no hay que fiarse de las apariencias.
Ha sido una carnicería. Ha acabado con los cinco en apenas unos momentos, mientras yo me escondía en mi habitación y mantenía mi único amuleto mágico apretado contra mi pecho. Nunca he conseguido hacerlo funcionar y no creo que lo consiguiera bajo la presión de un combate, pero de todas maneras, me reconfortaba llevarlo encima.

14 de Septiembre de 1232
Esta mañana he madrugado mucho para estar en casa de Maimónides al rayar el alba. Casi no me lo he podido creer cuando me ha presentado a mi protector: ¡Era el asno!, El que se había enfrentado a los cinco soldados la noche anterior. Parecía bastante fresco, a pesar de no haber dormido apenas y no tenía ninguna señal de la batalla de la noche.
Me pareció que iría bastante seguro con él y la empresa no me pareció ya tan peligrosa. Nos despedimos de Maimónides e hicimos unas compras antes de partir. He adquirido un peto acolchado, la única protección que podía llevar, así como un bordón para caminar y una daga por si tenía que defenderme. No sé utilizarla, pero es mejor que nada.
Pretendíamos salir por la puerta Oeste, pero la encontramos cerrada y custodiada por varios soldados. Mi escolta (Garur) ya se llevaba la mano a la empuñadura, pero yo me adelanté. Me acerqué al soldado al mando (siempre es fácil distinguirlos, tanto por sus enseñas como por sus aires arrogantes) y le dije que necesitábamos salir urgentemente. Cuando él protestó, le expliqué que llevábamos un mensaje urgente de palacio para el jeque. Le aterrorizaba enemistarse con la jerarquía, así que nos dejó pasar.
Tras unas horas de incómodo viaje llegamos a lo que parecía ser los restos de un campamento. No queríamos incomodar a nadie, así que seguimos el camino.
No debimos haberlo hecho.
Tres salteadores armados con dagas saltaron de los árboles y trataron de matarnos. Garur fue capaz de librarse de ellos sin esfuerzo, pero yo no fui más que una molestia. Traté de paralizar a alguno de ellos para ayudar a mi compañero, pero no lo logré. El talismán no funcionó, pero atrajo la atención de uno de los salteadores, que me hizo un tajo con la daga desde la sien hasta casi la barbilla. Tras la batalla me lo curé como pude, pero no tiene arreglo: me quedará una espantosa cicatriz.
Después de la batalla yo esperaba poder sentarme un rato a descansar, pero se produjo un nuevo contratiempo. Garur amenazó con dejarme abandonado sino le pagaba más dinero. La suma que me pedía era ridícula: lo mismo que le di de limosna al mendigo de Córdoba y menos de la que me he gastado en hierbas en la ciudad, pero aún así indicaba falta de profesionalidad y quizás de escrúpulos. No obstante, pagué ¿Qué iba a hacer? Yo sólo no duraría ni cinco minutos, como acababa de demostrarme la pelea. Sin embargo, no volveré a fiarme de él por completo.
Por la noche, Garur se ofreció a enseñarme a manejar la espada y yo acepté, pensando que si aprendía rápido podría no llegar a necesitar sus servicios de escolta. Su espada es muy pesada, pero tal vez con una más corta…

15 de Septiembre de 1232
Hemos llegado por la mañana al pueblo de Casas Grandes, donde una herborista me ha curado la herida y nos ha indicado el camino hasta la ciudadela de Medina Azahara, donde reside temporalmente el jeque.
El patio estaba vacío cuando llegamos, una señal más de luto por la hija del jeque. No obstante, conseguimos encontrar a un soldado que nos condujo ante el jeque, quien nos recompensó por entregarle el mensaje y nos encomendó otra misión: infiltrarnos en el castillo de Córdoba y asesinar al visir. No quería participar, pero no veía forma de contrariar al jeque sin sufrir las consecuencias, de modo que acepté. Nos adjudicaron tres soldados: Rashid, Mohamed y Karim. Este último estará bajo las órdenes de Garur, mientras que los otros dos me obedecerán a mí.
Volvimos a Córdoba a matacaballo y al día siguiente llegamos a la ciudad. Escribo esto justo antes de entrar en los pasadizos y adentrarme en la que puede ser la primera y última aventura de mi vida. Por si no sobrevivo… Adiós.

16 de Septiembre de 1232
Ya ha acabado todo ¡Loado sea Alah, el Grande, el Misericordioso, el Compasivo! Ya ha acabado todo. Estoy vivo de milagro, pero he sobrevivido.
El túnel no estaba vigilado. Pudimos entrar y aparecimos en las habitaciones privadas del visir. Discutimos acerca del plan de acción, pero al final decidimos separarnos. Nos dividimos en dos grupos y nosotros tres (Rashid, Mohamed y yo) nos fuimos por una balconada a investigar las puertas contiguas. Dos estaban vacías, pero en la tercera había dos mujeres a las que mis soldados ataron y amordazaron. En una de las habitaciones vacías logré hacerme con una espada corta que me sería bastante útil en caso de combate. Garur encontró un camino para descender y le seguimos hasta una habitación cerrada. Allí habían tres soldados y Mohamed murió en la refriega. Un soldado enemigo logró huir y dio la alarma.
Durante los siguientes momentos cundió el pánico.¡Estábamos perdidos! Los soldados no se molestaron ni en entrar: se quedaron fuera esperando que nos diéramos cuenta de nuestra situación.
Karim y Garur trataron de mantener las puertas cerradas, pero yo comprendí que no aguantaríamos mucho tiempo. ¡Tenía que pensar algo, y rápido! Se me ocurrió que si me llevaban ante el visir, tal vez pudiera paralizarlo, así que me rendí. Vi la cara de Garur y Karim cuando me rendí y sé que se han sentido traicionados y que no me lo perdonarán. Me da igual: con suerte no volveré a verlos.
Nos llevaron a las mazmorras, pero no hubo manera de conseguir que nos llevaran ante el visir. Nos arrojaron a una húmeda celda durante horas. Traté de hacer todo lo posible para salir, pero sin resultado.
Por suerte, el jeque logró conquistar la ciudad y me liberó. A pesar de haber fracasado, el jeque me recompensó y me permitió seguir mi camino. Maimónides cumplió su palabra y me dejó inspeccionar su biblioteca. No encontré gran cosa sobre magia (sospecho que los libros de magia los tiene ocultos en un lugar secreto) pero encontré un conjuro que libera al portador de cualquier atadura y otro que permite crear una pócima explosiva.
Me serán muy útiles en mis viajes, pero la experiencia de los últimos días me ha enseñado algo: no puedo depender sólo de la magia. Nunca seré un gran luchador, pero al menos debo aprender a manejar algún tipo de arma. Me gustó la experiencia de blandir una espada, aunque la de Garur pesaba demasiado para mí. Me pregunto si me iría bien con una espada corta o si debería aprender a manejar mejor la daga o el bordón, que llaman menos la atención y son más fáciles de conseguir. En cualquier caso, algo voy a tener que hacer, y rápido, o voy a durar bien poco por esos caminos.


El diario sólo llega hasta Abril del 1235, por lo que no iba del todo desencaminado. No se sabe si llegó a encontrar a sus padres biológicos, pero su tumba se halla en la ciudad de Toledo. Hay grabado en ella un escudo de armas, medio borrado por el tiempo, en el que se divisa un gallo y la leyenda: TRAVE… Esto parece concordar con el de un caballero valenciano, Guillaume de Travellers, que se había afincado en la ciudad más o menos en las mismas fechas. Es posible que el tal Guillaume (de quien se sabe que sirvió como soldado en la frontera hipanoárabe) mantuviera relaciones con alguna muchacha árabe de la zona… Quién sabe.

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